Desgraciadamente, vivimos en un mundo en el que la competencia es aceptada como una forma de vida por la mayoría de la gente.

Parece existir en todas las facetas de la sociedad, desde el lugar de trabajo hasta el mundo de las citas. No me malinterpretes: la competencia puede ser divertida y estimulante, siempre que no active nuestro lado sombrío.

El lado sombrío surge de la creencia de que los recursos son limitados y de que tenemos que luchar entre nosotros por ellos. En este nivel, estamos siendo influenciados por un impulso instintivo del tipo «supervivencia del más fuerte». Para mantenernos a la cabeza de la manada, sentimos la necesidad de mirar constantemente por encima del hombro. Somos más propensos a fijarnos en las personas que tienen «mejores» cuerpos, carreras más emocionantes o sueldos más elevados.

Este proceso de pensamiento puede hacer que alberguemos un sentimiento insano de celos y autocompasión cada vez que nos comparamos con personas a las que parece irles mejor que a nosotros. Si no tenemos cuidado, esto puede salirse de control y conducir a un deseo de sabotear el éxito y la felicidad de los demás con chismes o puñaladas por la espalda.

Es importante darse cuenta de que las personas que se involucran en este tipo de comportamiento siempre terminan perjudicándose a sí mismas. La necesidad de compararse con otro tiene un efecto corrosivo en nuestro espíritu y puede drenar nuestra vitalidad y entusiasmo por la vida.

Los pensamientos hipercompetitivos no son viciosos o malvados en ningún sentido. Son pequeños gritos de validación que hablan de un deseo de sentirse significativo a los ojos de los demás.

Si eres alguien que se siente agobiado por esta necesidad impulsada por el ego de compararse con los demás, he aquí algunos pasos que pueden conducirte en una dirección más positiva:

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