2. Considere: ¿Es compartir una petición razonable?
Incluso si los niños tienen la capacidad de compartir con algunas personas, algunas veces – puede que no siempre quieran hacerlo. Y pregúntese: ¿no es eso justo? Los juguetes y la comida de los niños son de las pocas cosas que realmente les pertenecen y controlan en el mundo. Esperar que los cedan automáticamente a sus amigos, hermanos y a veces incluso a completos desconocidos no parece razonable. Por no hablar de un claro doble rasero, ya que nosotros, como adultos, no nos apresuramos a compartir nuestros zapatos, coches, ordenadores portátiles o pintalabios con cualquier amigo que aparezca. Una forma de ayudar a los niños con la exigencia de compartir sus juguetes es preguntarles, antes de la cita, qué juguetes no van a querer compartir hoy. Juntos podéis guardar esos juguetes fuera de la vista para que tengan cierto control preventivo.
3. Pregúntese: ¿qué lección quiero enseñar?
Cuando se piensa en ello, el punto no es realmente si su hijo da o no la mercancía. La lección que realmente quieres enseñar aquí es que ser generoso y amable hace que la gente se sienta bien y, en última instancia, hace del mundo un lugar mejor. Pero cuando se exige a un niño que comparta, se está perdiendo todo eso. Simplemente estás forzando el resultado y probablemente haciendo que se ponga a la defensiva y se autocompadezca en el camino. ¿Has recibido alguna vez un gesto de amabilidad que se te ha negado? La sensación es horrible. Dar a un niño el espacio y la autonomía para elegir si quiere compartir, qué y cuándo, significa que cuando lo haga, será un verdadero acto de dar.
4. A veces el conflicto es el punto
Como adultos tendemos a ver las cosas en términos muy blancos y negros. Compartir = bueno. Discutir = malo. Tomar el turno = bueno. Agarrar = malo. Por eso salimos a comprar dos del mismo juguete, para que todos tengan uno. O forzamos la toma de turnos con nuestro temporizador encendido para que cada turno sea matemáticamente preciso y justo. Nuestras tácticas caen en saco roto porque no entendemos lo que realmente importa. En realidad, los humanos somos mucho más desordenados que eso y a los niños les interesa la conexión social y la exploración: ¿qué pasa cuando cojo este juguete? ¿Cómo puedo atraer a este otro niño? Él lo tiene, ¡debe ser interesante! Cuando llamamos a los niños «terribles compartidores», «egoístas» o «codiciosos» estamos pasando por alto el verdadero motivo de su comportamiento y los estamos etiquetando de forma injusta y poco amable.
5. Facilitar la resolución de problemas o permanecer en silencio.
En lugar de forzar, mi enfoque favorito es no hacer nada. Contener mi lengua mientras veo a los niños resolverlo. Puede ser una verdadera lección de autocontrol. Cuando nos abalanzamos con afirmaciones como «¡Si os peleáis por ello, nadie se lo queda!» o «Lo tienes durante 1 minuto, entonces lo tienes durante 1 minuto» o «Tú eres el niño grande, así que deberías dárselo», les quitamos a nuestros hijos la oportunidad de resolver sus problemas. Puede que no nos gusten las soluciones que proponen, pero mi regla es que si ellos están contentos, yo estoy contento. Aquí hay lecciones increíbles: negociación, compromiso, dar y recibir. Cuando los adultos nos involucramos demasiado, enturbiamos las aguas con nuestras evaluaciones y juicios, y vemos víctimas y agresores donde sólo hay niños en juego.
6. ¡Manejar las expectativas sociales!
Tratar con la presión de otros padres es, sin duda, el aspecto más difícil de dar espacio a los niños para que se las arreglen solos. Cuando nos enfrentamos a las miradas de desaprobación de otros padres, a veces el más fuerte de nosotros está dispuesto a derrumbarse en sobornos y amenazas (¡yo sé que lo estoy!).

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