Y en otra historia, en el país de Jawoyn, en el Territorio del Norte, la gente cree que el cocodrilo Nabilil plantó el lenguaje en el paisaje, dando nombres a las características de la tierra a medida que viajaba.

¡Hay muchas, muchas más historias como éstas en todo el mundo!

Más recientemente, los lingüistas hemos tratado de responder a esta pregunta. A decir verdad, probablemente nunca sabremos el origen del lenguaje, pero tenemos una buena idea de cómo aparecen y cambian las diferentes lenguas. Y, curiosamente, hay algo de verdad en esas primeras historias de castillos, coyotes y cocodrilos.

El factor torre: tres ingredientes mágicos

En la historia de la Torre de Babel, Dios hace que los humanos viajen por todo el mundo. De hecho, sabemos por las excavaciones arqueológicas que los humanos se han desplazado durante miles de años, ¡desde que somos humanos!

Lo que se necesita entonces para crear lenguas diferentes son tres ingredientes mágicos: el tiempo, la distancia y los procesos de cambio lingüístico. Así, cuando los hablantes de una misma lengua se separan y viajan a distintos lugares, la lengua única puede convertirse en dos o más lenguas con el paso del tiempo.

Tomemos el ejemplo del latín. Cuando los hablantes del latín se separaron y se dispersaron por Europa, su latín se convirtió en lenguas como el francés, el español, el italiano y el portugués. Así que el latín no está realmente muerto: evolucionó hasta convertirse en estas lenguas modernas.

El inglés nació de la misma manera. En el siglo V, las poderosas tribus germánicas (esos anglos, sajones y jutos) abandonaron sus tierras europeas e invadieron Gran Bretaña. Los dialectos del germánico que hablaban dieron lugar al inglés antiguo, que te sonará tan extraño como el alemán moderno (por ejemplo, urne gedæghwamlican hlaf es «nuestro pan de cada día» en inglés antiguo).

El factor coyote: lengua e identidad

La historia del coyote de Absaroka señala cómo personas con lenguas diferentes pueden no entenderse o estar en desacuerdo. La lengua suele estar relacionada con nuestra identidad. Junto con los viajes a diferentes lugares, la identidad es otra cosa que puede llevar a un cambio de idioma o a diferentes lenguas.

Por ejemplo, en una aldea de Papúa Nueva Guinea (un país situado justo al norte de Australia), todo el mundo hablaba la misma lengua, el selepet, que la gente de las aldeas cercanas. Sin embargo, los habitantes de este pueblo decidieron cambiar su palabra para «no». Así, su versión en selepet sería diferente (bunge) de la típica palabra selepet para no (bia), y representaría la orgullosa identidad del pueblo.

Piensa más cerca de casa y en la rivalidad entre lugares como Sydney, Melbourne y Perth, o entre el monte y la ciudad. El factor coyote es un gran incentivo para que los pueblos de todo el mundo empiecen a resaltar su identidad a través de su lengua.

¿Así que el inglés australiano acabará dividiéndose en lenguas separadas como hizo el latín? Probablemente no. La cuestión es que no estamos aislados como la gente en épocas anteriores. Hablamos con regularidad, cara a cara, por teléfono, a través de los ordenadores y de muchas otras maneras.

El factor cocodrilo: nuevas palabras para nuevos lugares y experiencias

La historia de Nabilil el cocodrilo señala cómo el lenguaje evoluciona en estrecha relación con su entorno, y cómo los que viajan asignan nuevas etiquetas a la tierra, los animales y las experiencias que encuentran.

Lo vemos con la llegada del inglés a Australia. El inglés tenía más de 800 años de antigüedad cuando se empezó a utilizar en Australia. Sin embargo, los colonos de habla inglesa no tenían palabras para describir Australia. Tomaron prestadas palabras de las lenguas indígenas australianas (kangaroo, wombat) o desarrollaron nuevos significados para palabras antiguas (magpie, possum; ambas se utilizaban originalmente para animales diferentes en Europa y Estados Unidos).

Al igual que las personas, las lenguas están siempre en movimiento, y por eso tenemos tantas: más de 300 sólo en Australia. Una forma de evitar la maldición del pequeño coyote es aprender algunas de ellas.

Los autores no trabajan, consultan, poseen acciones ni reciben financiación de ninguna empresa u organización que pueda beneficiarse de este artículo, y no han revelado ninguna afiliación relevante más allá de su nombramiento académico.

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