Gallinas: gallos, gallinas, pollitos. Están por todas partes. Desde la ventana de tu habitación hasta las playas de Lumahai o el aparcamiento de Foodland. En Kauai, los pollos se han vuelto salvajes.

Así que la infame pregunta, ¿de dónde vienen todos? Bueno, según la tradición local, los huracanes de 1982 (Iwa) y 1992 (Iniki) destruyeron los gallineros domésticos, liberando a las gallinas en la selva. Estas aves domesticadas se aparearon con las aves rojas salvajes de la selva (traídas a las islas por los polinesios), dando lugar a las gallinas asilvestradas que vemos hoy en día.

¿Para quedarse?

Al no tener ningún depredador natural, salvo algún gato o perro ocasional, estas aves se están poblando a un ritmo alarmante. Y aunque los turistas los encuentran visualmente divertidos y les encanta atraerlos con comida para la foto perfecta, pueden ser una molestia tanto auditiva como física.

Como empresa de alquileres vacacionales, puede imaginarse la cantidad de llamadas que recibimos de huéspedes descontentos por el cacareo de su gallo. Es comprensible, ya que nadie quiere que le despierten sin querer a las 4:30 de la mañana en sus vacaciones. Desgraciadamente, salvo intentar atrapar y reubicar al gallo (son territoriales), no hay mucho que podamos hacer al respecto.

No está claro cuál es su efecto en nuestro ecosistema. «Antes de decidir lo importante que es conservarlos, gestionarlos o sacrificarlos, sería bueno al menos conocer su impacto», dice Eben Gering, ecólogo evolutivo.

La mayoría de los residentes responderían con un «no es gran cosa» a su presencia, pero algunos agricultores locales opinan lo contrario. Consideran que el hozar y arañar de las gallinas mata sus árboles y causa estragos en sus jardines. Y no olvidemos, por supuesto, que se dan un placentero festín con el temido ciempiés, minimizando la población de ese espeluznante chilópodo.

Creo que es seguro decir que nuestras relaciones con estas gallinas son complicadas. Pero a pesar de todo, están aquí para quedarse y se han convertido en parte de nuestra cultura isleña, y al igual que ellas, debemos aprender a adaptarnos a su presencia. Nos guste o no.

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