El interés por comprender por qué los seres humanos actúan de una manera determinada, qué los impulsa y qué los puede detener, se remonta a épocas anteriores a la aparición de la psicología como ciencia. Sin embargo, fundamentalmente a partir de 1879, comienza a desarrollarse todo un sistema categorial que, aunque no privativo, sí es distintivo de la misma. En este sentido, quizás sea la conducta uno de los términos más manejados por las distintas escuelas psicológicas y con independencia del campo disciplinario al que se haga referencia. No obstante, la comprensión de la conducta como categoría psicológica ha estado marcada por los debates propios de una ciencia en ciernes, presentando un desarrollo complejo y no exento de oscurantismos metodológicos. En este momento sería muy aventurado posicionarse en axiomas que delimitasen la conducta, pero se hace imprescindible una redefinición de la misma desde la perspectiva de una teoría integradora y heurística, de manera que se amplíen los diferentes acercamientos en el orden metodológico que hoy se realizan.

El vocablo conducta, al igual que la mayoría de los términos que hoy se utilizan en las ciencias psicológicas, proviene de las ciencias naturales en una transpolación casi lineal de su significado original. Vigotsky alertaba acerca de la génesis de los conceptos psicológicos: «El lenguaje psicológico actual es, ante todo, insuficientemente terminológico: eso significa que la psicología no posee aún su lenguaje. En su vocabulario encontramos un conglomerado de tres clases de palabras: palabras del lenguaje cotidiano, las palabras del lenguaje filosófico y los vocablos y formas tomados de las ciencias naturales» (Vigotsky, 1997, 324). Por supuesto, la historia etimológica de los conceptos marca, de alguna manera, su posterior definición y utilización, produciendo generalmente restricciones semánticas muy difíciles de eliminar. Quizás la utilización primera de la palabra conducta se encuentre en el área de la química, donde se refiere a la actividad de las sustancias; posteriormente, pasó a usarse en la biología, para hacer alusión a las manifestaciones de los seres vivos ha conducido a comprensiones limitadas de este concepto en la psicología, hecho que se avala precisamente por el significado casi idéntico con el que fue introducido en la psicología animal por Jennings.

En este punto, cabría preguntarse el por qué de la reputación que alcanzó este vocablo en las ciencias psicológicas. En primer lugar, la conducta encierra el conjunto de fenómenos que son observables o que son factibles de ser detectados, es decir, es un concepto que al aplicarlo puede ser descrito y explicado en función de los fenómenos mismos y recurriendo a leyes de carácter mecanicista; la utilización de este término brinda, por lo tanto, la ansiada objetividad que se buscó en las ciencias psicológicas y satisface el deseo cuantificable de la mayoría de sus profesionales, añadiéndosele, además, que devino sustantivo propio en la denominación de una de las escuelas psicológicas que brindó una opción a la psicología como ciencia cuando ésta amenazaba con encerrarse en el subjetivismo.

Etimológicamente la palabra conducta proviene del latín significando conducida o guiada; es decir, que todas las manifestaciones que se comprenden dentro de sí suponen que son conducidas por algo que bien pudiera ser interno o externo. Partiendo de esta idea y de las diferentes soluciones que se dedican al problema psicofísico, la conducta puede ser guiada tanto por los fenómenos psíquicos como por la influencia que ejerce el medio social sobre el sujeto; desde una perspectiva idealista se sugiere que la conducta es el resultado de los fenómenos psíquicos que se expresan mediante manifestaciones corporales en el medio externo donde el sujeto se desarrolla. En contraposición con esta teoría, la concepción materialista expone que la conducta es un resultado de la influencia social a la que el sujeto está sometido y que se expresa a partir de las condiciones psíquicas del mismo. Sin embargo, ampararse en uno u otro enfoque minimiza la riqueza y enclaustra la comprensión que puede brindar un término que en la actualidad constituye un punto de análisis primordial para comprender al ser humano, siendo necesario examinarlo en su propio movimiento y desarrollo a través de las diferentes posiciones psicológicas.

La conducta y el comportamiento en el behaviorismo y el enfoque histórico cultural

Aún cuando la conducta es un término extensivamente manejado en la psicología, su significado es comprendido generalmente, de manera simplista y unilateral, subsistiendo interrogantes que ameritan un análisis: ¿Qué es la conducta humana? ¿Cuál es el determinismo que ejerce sobre el ser humano y su entorno? ¿Qué factores determinan la conducta humana? ¿Existe una equivalencia entre los conceptos de conducta y comportamiento?

Al intentar redefinir la conducta o brindar presupuestos para su comprensión, se hace ineludible analizar el enfoque behaviorista como aquel que brindó un verdadero impulso al tratamiento de este término en la psicología a partir, fundamentalmente, de 1913 con los trabajos de Watson, incorporándose nociones pioneras en cuanto a la comprensión y utilización práctica del término conducta en la investigación psicológica.

El behaviorismo promulgaba que la psicología científica debía estudiar solo las expresiones externas del sujeto, aquellas que podían ser sometidas a observación, registro y verificación; debe acotarse que esta idea sentó sus bases en los estudios realizados anteriormente por P. Janet y H. Pierón, quienes ya desde 1908 se referían a una psicología del comportamiento. Particularmente, en los trabajos de P. Janet, se incorpora el término conciencia como una forma de conducta en específico y se describe una jerarquía de operaciones de conducta que incluye cuatro grupos fundamentales compuestos por: la conducta animal, la conducta intelectual elemental, las conductas media y superior. Posteriormente, en las investigaciones realizadas por Watson, éste definió la conducta como lo que el organismo hace o dice, incluyendo en esta denominación tanto la actividad externa como la interna, de acuerdo con su propia terminología. Watson redujo el estudio de la conducta a la estructura observable del ser humano: «(…) ¿por qué no hacer de lo que podemos observar el verdadero campo de la psicología? Limitémonos a lo observable y formulemos leyes sólo relativas a estas cosas. Ahora bien: ¿qué es lo que podemos observar? Podemos observar la conducta» (Tortosa, 1998, 301).

En lo que respecta a esta idea, se demuestra la restricción del pensamiento watsoniano, cuyo único fin era la predicción y el control de la conducta con métodos estrictamente experimentales, lo que marca simultáneamente una obvia conexión con la psicología animal, comprobándose a la vez su incapacidad teórica para comprender las conductas humanas complejas, pues su base teórica se reducía a la psicología comparada. Sin embargo, esto no indica, como se ha popularizado incluso en los ámbitos psicológicos, que el behaviorismo e inclusive Watson, no reconociesen otros aspectos de la vida emocional del sujeto: «En contra de lo que se ha afirmado en numerosas ocasiones Watson no reducía el comportamiento únicamente a la actividad motora o movimientos, sino que admitía también la existencia de otros tipos de actividad del organismo, como la emocional» (Parra, 2006). Es decir, la principal crítica que puede realizarse al behaviorismo clásico es su énfasis fundamental en lo observable, hecho que metodológicamente restringió su comprensión de lo psicológico a formaciones resultantes de una serie de respuestas organísmicas ante las incidencias ambientales.

Por supuesto, la elementalidad de esta explicación conductual del ser humano condujo al desarrollo del neobehaviorismo. A principios de los años treinta del siglo pasado, Hull abordó la conducta fundamentándose en la relación estímulo-respuesta, pero tomando en consideración no solo los estímulos externos, sino también los estímulos internos, de ahí su interpretación de la conducta en secuencias estímulo-respuesta observable y no observable. En este momento todavía no se había resuelto totalmente la relación psicofísica en la conducta, pero Hull reconocía la existencia de algo interno y, partiendo de ese reconocimiento, trató de cuantificar las conductas por medio de observaciones empíricas, dando lugar a lo que se conoce como el «sistema de conducta de Hull».

De manera análoga, Skinner varió el objeto de estudio de la psicología ubicándolo en la vida mental, pero restringió los análisis metodológicos a las manifestaciones visibles: la conducta. Skinner elaboró su propia concepción en la que insistió en la distinción entre conductas controladas por contingencias, es decir, interacciones directas del organismo con su medio y, conductas gobernadas por reglas, por las formulaciones verbales, órdenes y/o instrucciones. Esta idea constituye un pálido intento de brindar un papel activo al sujeto que ya no sería una estructura inmóvil y carente de movimiento sobre la que actúan instancias externas, sino que conformaría una relación de interdependencia con el medio.

Es importante destacar que aún en la actualidad el término conducta se vincula directamente con la escuela behaviorista, aunque su estudio no se reduce solamente a esta corriente, pues también es tema de debate dentro del resto de los enfoques psicológicos. Sin embargo, la utilización de este vocablo entre los profesionales afiliados a otras escuelas del pensamiento psicológico ha sido controvertida, prefiriéndose el término comportamiento. Aunque en la actualidad estas disquisiciones terminológicas apenas se utilizan, usándose indistintamente comportamiento y conducta, según Parra (2006): «en español el término ‘behavior’ puede ser traducido de las dos maneras». Es válido declarar que la principal distinción que se realiza en la literatura española en cuanto a estos conceptos se refiere a que el comportamiento es expresión de la personalidad, mientras que la conducta no siempre manifiesta los contenidos personológicos, poseyendo un carácter más respondiente y otorgándole, por lo tanto, un papel más pasivo al sujeto. Es curioso cómo el comportamiento ha adquirido un significado que demuestra una mayor implicación del sujeto, hecho relacionado con la etimología de la palabra, también proveniente del latín comportare, pero que significa implicar, mientras la raíz etimológica de conducta indica algo externo, guiado.

Desde esta óptica, la utilización de los términos conducta y comportamiento no presenta diferencias substanciales, lo realmente importante en este análisis es la comprensión profunda de los mismos como un factor de influencia diversa sobre el ser humano y a la vez expresión del mismo. En este sentido, la escuela histórico-cultural puede brindar, desde la diversidad teórica de sus autores, presupuestos fundamentales para la comprensión de un fenómeno complejo.

Se hace vital destacar las ideas de Rubinstein al respecto. Basándose en la solución del dilema psicofísico, en el que maneja la interdependencia de los fenómenos físicos y psíquicos, plantea que la conducta, más allá de la relación reduccionista estímulo-reacción, está determinada por el mundo exterior a través de los fenómenos psíquicos; es decir, que aún cuando los factores sociales ejerzan una gran influencia sobre la conducta humana, ésta surge y se desarrolla en la actividad psíquica del sujeto, convirtiéndose posteriormente en un reflejo de la misma. Es necesario destacar la designación que Rubinstein utiliza para describir la manera cómo el factor social actúa sobre la conducta: «de modo mediato», y en esta expresión desacredita la inmediatez de la relación causa-efecto.

En un análisis más profundo sobre la participación activa de otras significaciones en la conducta, este autor destaca la importancia de la historia de vida del sujeto: «…la conducta de las personas está determinada no solo por lo que se halla presente, sino, además, por lo que se halla ausente en un momento dado; está determinada no solo por el medio próximo que nos rodea, sino, además, por acontecimientos que acontecen en los rincones del mundo más alejados de nosotros, en el momento presente, en el pasado y el futuro» (Rubinstein, 1979, 330). Es decir, la conducta se desarrolla dentro de una sucesión de actos en los que el sujeto se ve inserto, interviniendo conjuntamente las experiencias del medio social donde el hombre se integra, aún cuando no haya sido partícipe de ellas, pues mediante el proceso de aprendizaje incluye estos nuevos conocimientos y experiencias histórico-culturales a su vida personal. En concordancia con esto plantea: «Todo acto de cognición constituye, al mismo tiempo, un acto en virtud del cual hacemos entrar en acción nuevas determinantes de nuestra conducta» (Rubinstein, 1979, 330); de aquí que considere el proceso de aprendizaje como un proceso desarrollador para la conducta, pues a partir de la adquisición de nuevos significados el sujeto ganará para cada objeto o fenómeno un nuevo sentido que definirá la posterior relación con los mismos; así, los objetos del conocimiento aparecerán no sólo como objetos del conocimiento, sino, además, como impulsores de la conducta.

En sintonía con estas ideas, Petrovski enfatiza el carácter histórico de la conducta: «La conducta del hombre se caracteriza por su capacidad de abstraerse de una situación concreta dada y anticipar las consecuencias que pueden surgir en relación con esta situación» (Petrovski, 1982, 68). Subyacentes a estos planteamientos que hoy pueden observarse como verdades de Perogrullo, puede entreverse un aspecto esencial para la comprensión de la conducta: la dualidad que en ella se manifiesta, en tanto no constituye sólo una expresión fenoménica sino que también contiene lo psíquico; es un proceso profundamente mediatizado que en su multideterminación también actúa como autodeterminante.

Sin embargo, el carácter contradictorio de la conducta no continuó trabajándose en esta línea del pensamiento, dirigiéndose posteriormente a la clasificación de la misma en dos niveles principales: las conductas inconscientes, que se basan en las condiciones de existencia biológicas y que se forman en el proceso de adaptación del organismo a su medio, y las conductas conscientes, que se basan en las formas de existencia histórica, formándose en el proceso de actividad y que a su vez modifican el medio en el que el sujeto se desarrolla (Rubinstein, 1979).

Petrovski clasifica la conducta tomando en consideración las diferentes etapas de desarrollo por las que ésta transita: en un primer momento la denomina conducta impulsiva -limitada a las conductas innatas sencillas de defensa-; en el transcurso del primer año de vida, cuando comienzan a formarse los impulsos condicionales aparece la conducta investigativa -acumulación de información acerca de las propiedades del mundo externo-; a partir ya del primer año y bajo la influencia de la educación que se le brinda al niño surge la conducta práctica -relacionada con la asimilación de los métodos humanos de utilización de los objetos y su significación en la sociedad-. En vinculación con estas conductas se desarrolla la conducta comunicativa -relacionada con la comunicación del niño con su medio, a través de formas pre-verbales, permitiendo el intercambio de información-; y, por último, dando seguimiento a la maduración de esta última está la conducta verbal -relacionada directamente con el lenguaje creando premisas para la distinción de la significación de los objetos-. Estas tipologías constituyen un intento de explicar el tránsito desde los actos más instintivos hasta la autorregulación comportamental.

En estas categorizaciones se yuxtaponen de cierta manera los procesos instintivos de la concienciación, se vuelve a plantear la dicotomía, esta vez desde una óptica diferente, lo externo y lo interno. La conducta se comprende aún como la expresión de lo psíquico, de lo interno; sin embargo, debe comprenderse que «el comportamiento no es sólo el modo de existencia, es la existencia misma, es la única forma de existencia» (Calviño, 2000: 116). En una posición más integradora, se hace necesario comprender lo psicológico en tres instancias: a) una dimensión psicodinámica, donde se evidencian contenidos profundamente inconsciente, donde debe destacarse que no por su impronta inconsciente se hallan exentos de la influencia del medio y de la propia personalidad; b) una dimensión personológica, donde se instauran ciertos componentes que regulan de manera bastante consciente el comportamiento y constituyen mediadores potentes para el propio desarrollo personológico, y c) una dimensión interactiva o adaptativa, donde se contienen y se hacen palpables las emociones, actitudes, creencias, valores, en la relación sujeto medio (véase Calviño, 2000).

Sin embargo, la sola enunciación de estas instancias no salva el problema, es preciso definir su interrelación, pues sólo en la praxis se puede comprender el funcionamiento de la conducta humana. Estas instancias funcionan en el principio de la unidad, su relativa independencia e interdependencia. El hecho de que existan tres instancias no implica su funcionamiento excluyente, sino que precisamente éste se basa en las instancias precedentes, conteniéndolas, pero a la vez son capaces de funcionar con determinada libertad. Este carácter relativamente independiente salva el análisis conductual de los sesgos psicoanalíticos donde la base de toda la conducta se hallaba en «intenciones inconscientes», pero a la vez, lo libera de la concienciación hiperbolizada. La conducta se ve expresada fundamentalmente en la dimensión interactiva, mas no se reduce a la misma, contiene las instancias precedentes, por lo que su externalización es simplemente una comprensión simplificada de lo psicológico, desconociendo los demás mediadores. La conducta es, en sí misma, una categoría compleja que demanda de la comprensión de otras instancias psicológicas para su análisis.

Definiendo la conducta

Existen múltiples conceptualizaciones de conducta amparadas en diferentes enfoques psicológicos, probablemente la más popular sea la definición watsoniana anteriormente mencionada, que incluye todas aquellas expresiones del sujeto tanto internas como externas. En consonancia con esta idea, Bayés (1978) la comprende como toda actividad del organismo en el mundo físico. Desde estas perspectivas pueden incluirse bajo la definición de conducta, incluso las respuestas acto reflejas del organismo. Sin embargo, en un intento de precisar un poco más esta categoría, Ribes (1990) considera que no es la simple acción del individuo sino su interacción con el medio, la relación interdependiente que se establece. Desde estos puntos de vista, aún hoy se maneja la conducta como un término ambivalente que puede incluir cualquier respuesta organísmica o solamente la relación interdependiente y consciente (Campo, 2005).

En una variedad de eclecticismo conceptual, el comportamiento es comprendido como todo aquello que el individuo hace o dice independientemente de si es o no observable, incluyéndose tanto la actividad biológica como la interrelación dinámica del sujeto con el medio (véase Fernández, 2003).

Rubinstein (1967) analiza la conducta como una actividad organizada que permite la relación individuo-medio. En su conceptualización prevalecen las expresiones «actividad organizada» y «enlace»; la primera proposición sugiere que la conducta es una estructura instituida por diversas categorías establecidas en cierto orden, con una intención deliberadamente consciente; la segunda propone un elemento mediador entre el sujeto y su medio donde exhorta a una interrelación establecida entre lo interno y lo externo. Sin embargo, analizando en profundidad su teoría puede observarse que reduce la conducta a la actividad del sujeto, con todas las limitaciones metodológicas que el concepto actividad acarrea.

Sería necesario hacer un paréntesis en este instante para referir que la conducta es una expresión de las necesidades, motivaciones, valores, ideales e intereses del sujeto no sólo en el proceso de actividad, descrito por Leontiev Vigotsky, que relaciona directamente al sujeto con el objeto, sino también en el proceso comunicativo que relaciona al sujeto con los otros que le rodean. Estos valores, ideales e intereses poseen un matiz ideal que le imprime, a su vez, la imposibilidad de existencia objetiva, mientras no sean reflejados por medio de la conducta, pues estas categorías poseen un contenido bastante personalizado que no puede ser inferido de su significación, sino que debe ser expresado mediante el proceso comunicativo o de actividad.

Retomando las conceptualizaciones del término conducta, un punto de contacto de los diversos autores lo constituye la comprensión de la misma como una expresión de la psique humana, es decir, es una manifestación de todos los procesos psicológicos interrelacionados entre sí, los cuales no pueden ser observables de manera directa, sino que están mediando con el entorno a través de la misma, evidenciándose de forma directa los factores psicológicos. Sin embargo, este análisis contempla la conducta como una categoría ejecutora cuando a su vez desempeña un rol inductor; una conducta puede desencadenar otros comportamientos, sensaciones, la necesidad de valorar precisamente porque en el transcurso de la actividad y la comunicación el sujeto conoce las particularidades de su entorno, imprimiéndoles un sentido personal que le permitirá convertirse posteriormente en un sujeto diferenciado en el grupo social donde habita.

Sobre este proceso Vigotsky describe todo el desarrollo desde la ontogénesis, sugiriendo que los actos reflejos son la única propiedad objetivamente definible cuando el niño nace y ulteriormente se irán perfeccionando hasta conseguir las primeras adquisiciones conductuales mediante las leyes del condicionamiento. Detalla, además, que la estructura de la conducta queda contextualizada inmediatamente por las prácticas que realiza activamente el niño junto con los adultos que regulan la conducta del pequeño, constituyendo con la ayuda de medios fabricados culturalmente un espacio que canaliza su desarrollo espontáneo. En esta descripción Vigotsky introduce expresiones que, según su criterio, participan de forma dinámica durante este proceso, términos tales como: conciencia, lenguaje, inteligencia y procesos cognitivos, lo que induce a pensar en la intención de interrelacionar los procesos psicológicos en el momento de establecer un intercambio entre el sujeto y el medio exterior (véase al respecto Vigotsky, 1987).

En un intento integrativo puede resumirse que la conducta es una expresión individualizada de lo instintivo, lo inconsciente y lo personológico en una integración interdependiente y relativamente autónoma que a su vez desempeña un papel inductor.

Implicaciones metodológicas

Adscribirse a definiciones estrechas o demasiado abarcadoras sobre la conducta conduce a sesgos metodológicos presupuestos por las propias deficiencias teóricas con las que se aborda un proceso complejo. De ahí que los juicios conceptualizantes, generalmente orientan de manera unicausal las investigaciones sobre los fenómenos objeto de estudio, cuando los mismos son abordados desde posiciones simplificadoras.

Comprender la conducta como un proceso multimediado conlleva a una revisión metodológica acerca del cómo se ha estado abordando la misma en los diferentes ámbitos desechando los análisis lineales entre las expresiones conductuales y los contenidos psicológicos; por ejemplo, una conducta puede sentar sus bases en motivos diferentes, mientras que motivaciones similares pueden dar lugar a conductas disímiles.

Partiendo de la complejidad que le es intrínseca a esta categoría, pueden perfilarse una serie de lineamientos que constituyen una aproximación al funcionamiento del ser humano:

1. La comprensión de la conducta debe incluir el análisis motivacional y de necesidades del sujeto, pues la sola instrumentación comportamental constituye un hecho aislado que no aporta información suficientemente fidedigna. Esta indagación se enfoca fundamentalmente a la búsqueda de las causas que originan la conducta, a su génesis.

2. En la génesis conductual también deben considerarse las propias manifestaciones comportamentales del sujeto, pues las mismas, inclusivas de estados corporales, pueden inhibir o propiciar comportamientos posteriores.

3. La conducta, como expresión de la personalidad, también contiene intereses, actitudes, valores, sentidos que se encuentran mediando la manifestación comportamental, sin cuyo análisis se vería seccionada la comprensión del sujeto. Comprender la unidad cognitivo-afectiva-volitiva en el interior de la conducta le imprime logicidad y dinamismo, aunque en ocasiones puede prevalecer una dimensión sobre las demás en estrecha correspondencia con las demandas del medio y las peculiaridades personológicas.

4. En relación con el carácter relativamente lógico de la conducta, e independientemente de qué se sucede en el aquí y ahora, la misma contiene una impronta prospectiva, en tanto también existe un plan conductual, el cómo se va a comportar el sujeto ante determinadas situaciones o lo que podría denominarse el esquema de respuestas preestablecido. Desde esta óptica existen conductas que pueden anticiparse.

5. En el abordaje conductual no puede desconocerse el factor sociohistórico. Cada sociedad establece determinadas pautas conductuales de las que, generalmente, el sujeto se apropia. El análisis contextual permite una visión más integral y explicativa de la conducta en tanto, aún cuando existan determinados contenidos psicológicos, la expresión de los mismos se encuentra mediatizada por el medio en el cual el sujeto se inserta.

La comprensión teórico-metodológica de la conducta es un proceso que apenas ha dado sus primeros pasos hacia la inclusión en concepciones que abordan al ser humano desde su complejidad y multideterminación. Sin embargo, el enclaustramiento en enfoques simplistas reduce su potencial heurístico haciéndose necesario su estudio a partir de la unidad y relativa independencia de los factores sociales, biológicos y psicológicos.

Referencias

Bayés, R. (1978). Una introducción al método científico en psicología. Barcelona: Fontanella.

Calviño, M. (2000). Orientación psicológica. Esquema referencial de alternativa múltiple. La Habana: Editorial Científico-Técnica.

Conducta (s/f). Extraído de: http://www.elseminario.com.ar/comprimidos/Bleger_Psicologia_Conducta_II.doc., el 20 de julio de 2006.

Fernández, A. (2003). Comportamiento. Extraído de: http://www.conducta.org/articulos/comportamiento.htm, el 20 de julio de 2006.

Rubinstein, S. L. (1967). Principios de psicología general. La Habana: Edición Revolucionaria.

Rubinstein, S. L. (1965). El ser y la conciencia. La Habana: Editorial Pueblo y Educación.

Tortosa, F. (1998). Una historia de la psicología moderna. Madrid: McGraw Hill.

Vigotsky, L. S. (1997). Obras escogidas. T I. Madrid: Visor.

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